El “20N” no tiene la Solución

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Iniciada ya la cuenta atrás para las Elecciones Generales del 20 de Noviembre en España, más de uno tiene depositadas todas sus esperanzas en un cambio de Gobierno que venga a solucionarle su problemática personal.

Problemática personal que, en la mayoría de los casos, viene determinada por la implacable contundencia de una prolongada depresión económica cuyo inicio y causas todos sabemos, del mismo modo que también desconocemos su Solución final.

Pero… ¿alguien tiene esa Solución?

La historia de las elecciones en los países que son democráticos rebosa de millones de ilusiones (tantas como votantes) malgastadas en hipnóticas y arrebatadoras propuestas de cambio que indefectiblemente nunca han logrado conseguir lo prometido (recientemente Barack Obama o Lula Da Silva serían buenos ejemplos de ello). El principio de la maximización del voto y no la del bienestar del electorado como objetivo principal es lo que lleva a los partidos políticos a prometer sobre lo que no conocen y saben deliberadamente que no podrán cumplir. Y aun así… parece que los votantes seguimos creyéndolos.

Y seguimos creyéndolos porque tenemos la necesidad imperiosa de generarnos esperanza como antídoto a la desilusión. Esperanza que habitualmente no nos preocupa cuán fundada pueda estar pues lo único que nos importa es su adormecedor efecto calmante, convirtiéndola entonces en Fe (aquello que no necesita demostrarse para aceptarse).

Por tanto, cuando un político es capaz de conseguir que los ciudadanos tengan Fe en él es cuando logra instalarse en ese privilegiado y deseado estatus que le permite prometer soluciones sin demostrar su eficacia ni cumplir su actuación y pese a ello… triunfar.

A esta situación contribuye desmedidamente el abarrotamiento de información política sesgada que inunda los medios de comunicación, cuya vinculación partidista no voy a descubrir y que supone la más eficiente de las centrifugadoras mentales que nunca hayan podido inventarse, pues todos aceptamos resignadamente su influjo devorador en un ejercicio de bovina mansedumbre comunicacional.

¡No nos engañemos!, las soluciones a nuestros problemas nunca las encontraremos en nuestros representantes políticos pues, al margen de sus inconfesables intereses partidistas, su incidencia verdadera en la específica y compleja realidad personal de cada cual me atrevería a asegurar cumple el Principio de Pareto, no superando el 20% del conjunto para quedar el 80% restante de nuestra mano (esta es la característica principal de los países capitalistas frente a los de la agonizante economía planificada). Por tanto, escapar inconsciente o conscientemente a esta realidad es autolimitar nuestras verdaderas posibilidades de solución personal únicamente a una quinta parte de la potencialidad total.

Así las cosas, por ejemplo, el desempleado que confíe en que un cambio de Gobierno le proporcionará trabajo está tomando el camino contrario para encontrarlo pues, ante semejante Auto de Fe disuasor, su proactividad en la búsqueda de una solución a su situación es seguro que disminuirá, diluyéndose poco a poco en la angustiosa espera.

Afortunadamente, parece ser que parte de la ciudadanía ya va tomando consciencia de ello y así en el último barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) correspondiente a Septiembre/11 aparecen publicados como los tres aspectos más preocupantes para los españoles, el paro (80,4%), la economía (49,6%) y la clase política (23,3%). Es decir, ya se comienza a considerar como un serio problema a los políticos, incluso muy por encima de otros tan tradicionalmente significativos como la inseguridad ciudadana y el terrorismo, las drogas o la sanidad.

Es cierto que toda sociedad democrática requiere necesariamente de representantes políticos que contribuyan a la organización de la misma buscando el bien general. Pero también es muy cierto que esos mismos representantes no suelen olvidar su propio bien particular, quedando a la honestidad de cada quien la identificación de cuál de los dos deberá defender más…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro