¡50!

50-anos.jpg

El pasado miércoles, 14 de septiembre, cumplí 50 años y desde entonces no he dejado de verificar compulsivamente mi carnet de identidad, pues reconozco que todavía no soy plenamente consciente de ello y de lo que sus consecuencias me puedan acarrear.

Sinceramente, no es que por algún tipo de veleidad personal no perciba los efectos del paso del tiempo en mi persona pues soy muy consciente al mirarme al espejo cada día y sobre todo cuando, en la práctica exigente y habitual de ejercicio físico, comparo mis prestaciones actuales con las de hace solo diez años atras. Esto lo admito, sin vanamente cuestionarlo, como irreversible ley natural.

No, más bien me refiero a esa duda aun no bien resuelta que me invade y que me dice que con 50 deberé aparentar como aquellos que tenían esta edad cuando, yo con 20, los veía como unos respetables señores ya plenamente instalados en el tramo descendente de su curva de vida personal.

Pero los 50, aunque cifra bonita y redonda, implican una terrible realidad existencial que se concreta en que, cuantitativamente, queda por vivir menos de lo que ya se ha llegado a gastar. Es decir que, de darse todo igual y yo no hacer nada por cambiarlo, no podré aspirar a doblar en cantidad lo que he conseguido, sentido, disfrutado, reído, soñado, querido…, quedando por tanto ya marcados los límites máximos a mi expectativa vital.

Sin duda alguna, admitir esta posibilidad no puede ser del agrado mío ni de nadie que se encuentre en mi lugar, pues incorpora un agente de desolación que pinta la vida de un triste blanco y negro poco dado a motivar. Por ello, es normal que a esta y yo me atrevería a decir que a cualquier edad, todos esperemos con optimismo que lo que nos queda por vivir pueda ofrecernos todavía mucho más. Pues bien, la única clave para que ello pueda ocurrir radica en la palabra que utilicemos para intentar materializarlo: ESPERAR o BUSCAR.

Es evidente que para encontrar hay que buscar más que esperar, por lo que el término Esperanza aplicado como orientación de futuro de una vida tiene poco de efectivo y si mucho de reactivo en el actuar. Vivir acompañados de la Esperanza como único refugio de nuestras ilusiones vitales es la mejor garantía para soltar las riendas de la propia existencia y asumir que será el capricho del viento quien guíe nuestros pasos hacia un destino que puede no ser el deseado al final. Contemplar la vida sin participar proactivamente en ella nos convierte en repantingados espectadores que adormecidamente olvidan que solo los actores son quienes aparecen protagonizando las escenas de su propia película vital.

Tengo 50 años y todavía muchos proyectos e ilusiones que no puedo entregar a los brazos del capricho de un Destino que nunca garantizará mi derecho a intervenir en su actuar. Tengo 50 años y la necesidad de más, pues sé que nunca me conformaré con ese menos que parece me impone la sociedad. Tengo 50 años y aunque no toda una vida por delante, tampoco lo está toda por detrás. Tengo 50 años y lo vivido puedo recordarlo, pero además debo aprovecharlo como un resorte que me impulse para avanzar. Tengo 50 años y si ahora estoy más cerca de aquel por quien esforzadamente luché y que siempre quise ser, no voy a detenerme simplemente porque los de 20 me puedan decir que ya no tengo edad.

Sí, tengo 50 años y mientras esto escribo transcurren los minutos que me llevarán, en el abrir y cerrar de ojos que dura un año, a los 51. Hasta entonces, sé que de mí dependerá lo que aquí nuevamente pueda volver a contar… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro