Las Piedras de la Vida


Últimamente me pregunto mucho sobre cuál es la justificación que explica los diferentes estados de ánimo por los que solemos atravesar. ¿Porqué un día percibimos la botella medio vacía cuando el anterior la veíamos a medio llenar? ¿Que nos lleva desde la ilusión al desencanto sin solución de continuidad?

En definitiva, ¿qué razón determina qué nuestra actitud ante la vida se asemeje más a una alocada veleta en la playa de Tarifa que al brazo impasible de la estatua catalana de Colón frente al mar?

La respuesta más común y generalista seria afirmar que es nuestra misma condición de persona, con toda su carga emocional, la que determina esa volubilidad. No obstante, yo no puedo conformarme con este golemaniano recurso explicativo que, de tanto utilizar, hemos llegado a desnaturalizar. Las emociones no se pueden configurar como explicación recurrente de todo lo que nos viene a pasar.

Siempre he defendido que la cara que le ponemos cada día a la vida viene muy condicionada por las expectativas de futuro que seamos capaces de crear, siendo tanto más risueña cuanto más ilusiones alberguemos de fijación y consecución de objetivos, pues sin horizontes que contemplar no necesitaremos ojos para soñar.

Establecer destinos vitales es imprescindible para salvaguardar nuestra motivación de los peligros del desencanto y el aburrimiento, aunque ello se deba acompañar de la deficición de los caminos para llegarlos a alcanzar. Desarrollar y acometer planes de acción que nos acerquen a nuestros deseos se ha constituido en la mejor vacuna antidepresiva que nadie haya podido inventar.

Pero la identificación del a dónde y el por dónde debemos caminar en nuestra vida también deberá ser necesariamente acompañada por la determinación del cómo conseguirlo, para lo que no hay mejor herramienta que priorizar, aplicando nuestros esfuerzos hacia aquello que realmente más nos interese lograr.

El secreto de la vida no es más que el de ser capaces de llenar nuestro recipiente existencial del contenido que más nos importe y por su orden de interés, dejando fuera todo lo accesorio, tal y como Stephen Covey nos sugiere en esta ilustrativa parábola pedregal…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro